El Agua de los Indígenas

Alejandro Tortolero Villaseñor. El Agua y su historia. México y sus desafíos
hacia el siglo XXI. Editorial Siglo XXI. México 2006. 167 pp.

Trabajo de apoyo a la docencia para la materia de Historia de México I
 Profesora: Susana Huerta González.

Capítulo 2. EL AGUA DE LOS INDÍGENAS

No había nada que estuviera en pie; sólo el Mar en reposo, solo y tranquilo.
Sólo existían los dioses creadores que estaban ro­deados de claridad.
Estaban en el agua conferenciando sobre la vida y la luz.
Entonces hablaron, dijeron su palabra mágica.
Su palabra creadora:
¡Que se llene el vacío!
¡Que esta agua se retire y surja la Tierra!
Popol- Vuh

Los mexica (y en general las culturas mesoamericanas) creían que la lluvia era producida por los tlaloque, deidades que habitaban los cerros y cu­ya personalidad se confundía con ellos; es decir, pensaban que la lluvia no era dominada por las nubes mismas o por las deidades propiamente ce­lestes, o por el viento u otros factores, sino por los cerros, que eran los que hacían llover y domina­ban a los otros elementos (la formación de nubes, los vientos que preceden a la precipitación).

Creían que los cerros eran como recipientes que se hallaban repletos de agua (entre otras co­sas) y que en épocas de lluvia liberaban esa agua, mientras durante la sequía la retenían. Creían que el interior de la tierra era húmedo, que las ca­vernas comunicaban al Tlalocan, una especie de paraíso acuático donde habitaba la deidad de la lluvia y a donde iban los muertos por el rayo, por ahogamiento o por enfermedades vinculadas a las deidades del agua. Creían que los cerros dominan la precipitación fluvial forzando la forma­ción de nubes por las corrientes ascendentes en sus laderas; que la dominan provocando que las nubes descarguen su agua justamente en las altu­ras; que la dominan transformando una gran ma­sa del agua meteórica en serpenteantes y violen­tas esponjas para hacerla brotar en forma de límpidos manantiales hacia sus faldas. Por ello, en las representaciones gráficas del agua, como en el Códice Bouturini, el agua sale del vientre de la montaña, y en el Códice Mexicano el agua sale de un agujero. Para las sociedades anteriores a la invasión europea, el universo se encontraba divi­dido en tres niveles superpuestos en sentido ver­tical. El superior o celeste érala parte ígnea, cáli­da y masculina del cosmos, concebido como el gran padre; el inferior o inframundo era la parte fría, acuática y femenina, considerada la gran madre. En el nivel intermedio habitaba la huma­nidad; este nivel estaba compuesto por la superfi­cie terrestre y algunos de los primeros cielos. El inframundo, que se encontraba debajo de la tie­rra, se ligaba a las aguas subterráneas y marinas. En él se encontraban el Mictlan, el lugar de los muertos, y el Tlalocan, el paraíso de los dioses de la lluvia, que era imaginado pletórico de agua y riquezas vegetales. Era el sitio de la muerte tanto como el que generaba la vida, ya que se creía que los astros y las plantas brotaban de él luego de morir por transitar su interior.1

El elemento agua formaba con la ciudad un conjunto que se inscribe en el nombre mismo de la ciudad; la lengua náhuatl utiliza el binomio atl tépetl, "el agua-la montaña", para designar la isla de México. Además, el agua era tan ubicua que se la encuentra en las creencias, en los ritos de estos pueblos. Tláloc aparece entronizado en el pan­teón azteca en la cúspide de la pirámide del Tem­plo Mayor. También cuatro de los dieciocho me­ses del ciclo ceremonial del año mexicano se consagran a los dioses de la lluvia. Año con año las aguas de los lagos marcaban a través de sus criaturas el transcurrir del tiempo, y sus ritmos se reflejaron en el calendario, la economía, en la concepción del universo: en la cosmovisión. Des­de los patos atapalcatl, que anuncian las lluvias batiendo sus alas, los acachichictli que anuncian la señal de los amaneceres, hasta las gaviotas pipitzin que señalaban la maduración del maíz; aves acuáticas y buceadoras que expresan los re­tos del cosmos, que son dioses lo mismo que ani­males, alimento, lo mismo que magia.

También asociado al agua está lo imprevisible. El signo atl, agua, que figura entre los veinte sig­nos adivinatorios del calendario azteca, se perci­be como peligroso. Los nacidos bajo este signo estaban destinados a lo imprevisible, marcados por la versatilidad del destino y los cambios de suerte. Por ello, cuando un niño nacía bajo ese signo los papas preferían esperar antes de los ba­ños purificadores y las abluciones rituales, con el fin de encontrar un signo más favorable. El agua, entonces, era una fuerza que a menudo escapaba al control del hombre; fuerza imprevisible que amenazaba a cada instante el trabajo civilizatorio de los hombres. También el signo "lluvia" (quiáuitl) del calendario tiene una connotación negativa para los aztecas: transmite destinos nefastos, cargados de violencia, lo que determina individuos impetuosos y versátiles. La lluvia, en­tonces, no tiene el signo benéfico de fecundar la tierra, sino que es sinónimo de tormenta, de tem­pestad, de destrucción.

Lo anterior se nota en la leyenda de los cuatro soles, que describe cómo el mundo conoce cuatro creaciones, todas destruidas por cataclismos na­turales. Primero el cielo se desploma, el sol es opacado por las tenebras y los gigantes que habi­taban la tierra son devorados por los jaguares. Después viene el Sol del Viento, que termina en un huracán fabuloso que no deja rastros de vida por donde pasa y convierte a los hombres en mo­nos. Luego el-Sol de Lluvia desaparece en una llu­via de fuego que rodea a la tierra y transforma a los hombres en guajolotes. Finalmente, el Sol de Agua desaparece en un diluvio que dura cincuen­ta y dos años y sumerge hasta las más altas mon­tañas. Esta vez, la humanidad es destruida y los individuos transformados en peces, con la excep­ción de una pareja refugiada en una balsa con dos espigas de maíz.

El agua, entonces, contiene una ambivalencia: poder de creación y fuente de fecundidad, tam­bién puede convertirse en objeto de angustia y en elemento hostil al hombre.

Esta dualidad del agua también se observa en la descripción de los lagos de la cuenca de Méxi­co. Recordemos que esta cuenca lacustre para el conquistador Hernán Cortés tenía una extensión de 70 leguas, de las cuales 50 estaban ocupadas por lagunas. Un cálculo conservador del siglo XVI asienta que la cuenca se extendía sobre una su­perficie de 8 000 km2, y que la octava parte estaba compuesta de lagos. Podemos suponer, enton­ces, que entre 70 mil y 80 mil hectáreas corres­pondientes a los lagos rodeaban a la ciudad de México. Sin embargo, datos más recientes nos hablan de una cuenca lacustre de 1 200 km2 que formaban tres subcuencas lacustres: Zumpango en el norte, Texcoco en el centro y Chalco-Xochimilco en el sur. Las aguas de Chalco-Xochimilco, dulces y llenas de formas vivas; las de Texcoco sa­ladas y amargas, en algunas zonas incluso mefíti­cas; las aguas del norte van desde el dulce Zum­pango hasta el salobre Xaltocan.2

LAGOS PRECORTESIANOS Y SUS PROFUNDIDADES
Lago
Superficie (km2)
Profundidad media (m)
Altura sobre Texcoco
Chalco
114
2.0
3.0
Xochimilco
63
2.1
3.1
Texcoco
238
1.8
0.0
México
90
2.0
1.0
Xaltocan
121
0.4
3.5
Zumpango
26
0.6
6.1
fuente: Academia, 1995: 88


Mas allá de las estimaciones sobre superficie, es importante señalar que para los indígenas es­tos lagos eran fuente de vida, pero también de­sencadenaban la furia de la naturaleza con sus inundaciones, como las de 1382 o las de 1499. En efecto, la importancia de las aguas de los lagos es tal que algunos autores no vacilan en afirmar que fueron los lagos, y no la agricultura, la matriz de sedentarización de los pueblos que se asentaron en la cuenca de México.3 No fue la agricultura la sola fuerza que los asentó, tal vez ni siquiera la principal: fue el lago el que los sedujo, el que ofre­ció a sus ojos las más variadas criaturas, la caza y la pesca más abundante, así como los frutos más indispensables para saciarse, para curarse y elaborar utensilios. Si esto es así, el proceso de sedentarización de Mesoamérica tendría más de un camino. En la zona sur de la cuenca de Méxi­co, los modelos ideados para las regiones semiáridas del norte no encuentran sustento ecológico adecuado. Aquí, en cambio, la importancia de los lagos es tal que la observamos en la flora, en la variedad de peces, en las aves acuáticas, en las ac­tividades productivas, en la organización del es­pacio y en muchos otros aspectos que esbozare­mos a continuación.

La flora, de los lagos aparece como un enorme bosque que está siendo podado todo el tiempo, donde millones de animales "pastan" la flora constantemente. Esta flora, simplemente para los lagos de Chalco-Xochimilco representaba una masa vegetal anual de por lo menos 68 millones de metros cúbicos. Esta importante masa se origina por las características de los cuerpos de agua. Los profundos no son muy productivos, la fotosíntesis ocurre solamente cerca de la superfi­cie, de manera que el gran volumen de agua es esencialmente inerte; en cambio, si el lago es po­co profundo, y su área extendida, todo su volu­men de agua estará en posibilidad de poblarse de plantas y algas, que a su vez podrán sustentar una amplia fauna acuática. Si al lago cae mucha ma­teria orgánica, mejor, y si se encuentra en latitu­des tropicales, donde la insolación es mayor que en el resto del globo, todavía mejor: tendremos uno de los ecosistemas más productivos del pla­neta. Estos factores ocurrieron de manera espe­cialmente afortunada en la cuenca de México. Los organismos que bebían ávidamente la luz y encontraban suficientes elementos en sus aguas, sintetizaban grandes cantidades de materia orgá­nica; ejércitos innumerables de insectos, larvas, peces y aves acuáticas "pastaban" y "ramonea­ban" de esas praderas acuáticas; cardúmenes de muy variadas especies de peces, así como tortu­gas, ajolotes, serpientes y aves eran presa a su vez de multitud de animalillos.4

Los peces, diez u once especies de ellos, eran un alimento muy apreciado por los indígenas. Su consumo a principios del siglo XVI pasaba de un millón al año, y todavía en 1864 el juil se había expandido tanto por los lagos que ni los pescado­res ni los consumidores bastaban para agotarlo, y morían en tal cantidad que cubrían enteramente el agua.5

Las aves acuáticas constituían 109 especies, se­gún las listas más meticulosas, y llegaban a la cuenca en un promedio de cinco millones anual­mente. Los patos consumidos en el siglo XVIII, por ejemplo, iban de 900 mil hasta dos millones anualmente.6 Por ello no es extraño encontrar testimonios de viajeros que siempre nos hablan de lagos pródigos que parecen repartir sus recur­sos año con año en forma equilibrada: patos y gansos, para no hablar de una gran variedad de aves piscícolas, en abundancia durante el invier­no; insectos en diversos ciclos vitales durante to­do el año; serpientes, ranas, sapos y ajolotes du­rante las lluvias; peces todo el año, especialmente abundantes por ciclos estacionales; aves residen­tes, moluscos gasterópodos y bivalvos, así como plantas silvestres comestibles, algas y tortugas re­partidos en diversas épocas también; caza abun­dante en las sierras, sobre todo al final del año; codornices, lacertillos y frutos diversos en los al­rededores.7

Además, en estos lagos los indígenas practica­ban la agricultura chinampera: mediante obras de irrigación simples pero ingeniosas, aprovechaban el exceso de agua para hacer un cultivo intensivo de la tierra. Como lo asienta Armillas, en estos is­lotes artificiales la porosidad del suelo y la estre­chez de la faja de tierra permiten la infiltración del agua en los canales que los rodean, para man­tener el suelo en perpetua humidificación, preci­samente donde es más importante, a la altura de las raíces. La irrigación permanente por infiltra­ción hace posible el cultivo continuo de los terre­nos, incluso en temporada de sequía. Además, se tenía la costumbre de abonar los islotes con lodo, rico en nutrientes, que se sacaba de los canales si­tuados en los alrededores de la chinampa, para ex­tenderlo después sobre la misma; también se abo­naba con una composta que incluía plantas acuáticas y probablemente heces humanas; ésta era práctica común en tiempos aztecas.8

El comercio en la cuenca de México no se ha­bría desarrollado tanto de no haberse contado con un sistema de canales que hacían incompara­ble el tráfico de mercancías. Baste mencionar los cálculos de Ross Hassig, los cuales señalan cómo un arriero transportaba una carga de 23 kilos a una distancia de 21 kilómetros por día; una muía recoma la misma distancia con 105 kilos de car­ga, una carreta viajaba de 16a 19 kilómetros con una carga de 1 800 kilos, mientras que una chalu­pa se deslizaba 30 kilómetros con una carga de 6 800 kilos.9

En la organización espacial, por ejemplo, en­contramos que la mayor parte de los asentamientos se localizan en torno a la ribera del lago, al afluente de los ríos o en las faldas de las monta­ñas donde se aprovechan los escurrimientos de las aguas. Esta situación surge por lo menos des­de el siglo XV, cuando el control de los lagos determinaba no sólo la distribución y densidad de las poblaciones, sino las redes administrativas y la economía local de pueblos, capitales y subordi­nados. Así como las cabeceras tendían a concen­trarse cerca de los principales centros de agua, los sujetos tendían a ocupar tierras más altas, con frecuencia conectadas con pequeñas corrientes.10

Los antiguos testimonios que presentaban a los habitantes de Chalco en el siglo XV como los "hechiceros de las cosas del agua", o los informes trágicos de las inundaciones de México que nos muestran cómo en la época de Tezozómoc, du­rante la gran inundación de Tenochtitlan, fueron los buzos y expertos hidráulicos de Cuitláhuac, Chalco, Ateneo y Ayotzingo los que se ocuparon de controlar las aguas responsables del desastre, son muestras decisivas de la importancia del agua en los mitos y el imaginario.

El agua aparece entonces en diferentes repre­sentaciones modelando ideas y tradiciones que no se restringen sólo a los testimonios, sino tam­bién a la cocina y al consumo regional. En efecto, la cocina indígena está salpicada de numerosos elementos de la, flora y fauna acuática. Ya Ch. Gibson mencionaba que los peces y los pájaros acuáticos contribuían a proporcionarles una de las dietas más balanceadas en toda América, y la agricultura de chinampas rivalizaba en intensidad con el cultivo de los arrozales, pero no es el único que lo señala. Desde Sahagún hasta los tra­bajos más recientes, la presencia de las aves mi­gratorias, de los peces, de las plantas acuáticas, aparecen como un elemento central en la econo­mía de los pueblos de la cuenca de México. Baste citar a Orozco y Berra, quien describe cómo los tules y las plantas de los lagos se empleaban para todas las empresas hidráulicas: en la construc­ción de chinampas, de presas, de diques y calza­das; como agentes de fertilización; como plantas medicinales y alimenticias; como materiales para la construcción de techos y de muros; para la confección de petates y recipientes, como com­bustible, etcétera.

En suma, los pueblos ribereños trabajaban en sus chinampas, circulaban en barcas construidas por ellos mismos y complementaban sus recursos con la recolección, la caza y la pesca en el lago. La centralidad del lago es tal que no se limita a lo material sino que aparece en la concepción del universo, en la cosmovisión.11

Si bien es cierta la importancia de las aguas fe­cundantes, también lo es que para lograr este aprovechamiento los indígenas tuvieron que ha­cer frente a un medio hostil, donde instalaron su capital apenas en 1325. Los aztecas, expulsados de las tierras áridas del norte, encuentran refugio en una región lacustre abandonada por las potencias de la época, Texcoco y Azcapotzalco. Allí se instalan y se convierten en una civilización lacus­tre que enfrentó el temor a la potencia de las aguas mediante el desarrollo de sistemas de cons­trucción de canales, esclusas y diques para fun­dar el vasto imperio azteca.

En efecto, las obras prehispánicas consistieron en el albarradón de Nezahualcóyotl, construido después de la inundación de 1449, que iba de Atzacoalco a Iztapalapa, para contener aguas del lago de Texcoco. Dos calzadas-diques (la de Mexicaltzingo y la de Tlatenco-Tulyehualco) que atravesa­ban el lago de Chalco para dividirlo en dos y sepa­rarlo del de México. Finalmente las calzadas de Tlacopan, Iztapalapa, Tlatelolco y Atzcapotzalco. Por ello no era extraño observar que en Iztapalapa había chinampas y agua dulce en pleno lago sala­do, gracias a la protección de diques y al transpor­te de agua, posiblemente desde el otro lado de la península; era un ingenioso sistema que permitía navegar del agua salada a la dulce sin descender de la embarcación.

En síntesis, como lo afirma Sonia Lombardo, los indígenas pudieron diseñar un complejo sis­tema de acequias, diques, albarradones, calzadas y acueductos, y lograron así el absoluto control hidráulico de la cuenca. Incrementaron la construcción de chinampas en la ciudad, tanto para habitación como para las hortalizas; pudieron retener y regular, por medio de compuertas, el nivel de las aguas y su paso de uno a otro lago, según su afluencia durante las lluvias o en época de sequía.

No obstante todo este conocimiento de técni­cas hidráulicas, los indígenas, con la idea de la circulación subterránea de las aguas, estaban le­jos de las explicaciones científicas que se daban en el mundo occidental. La llegada de los españo­les cambió esta situación cultural, y modificó la conformación del imperio y la centralidad de los lagos.




1 Academia, 1995.
2 La salinidad de las aguas se explica porque al deslavarse las vertientes el agua adquiere sales que van acumulándose en los lagos, ya que la sal no se evapora y el agua sí, de manera que en cada estación caen más y más sales concentrándose en los cuerpos de agua. Como los lagos de agua dulce drenan ha­cia el más bajo, cada temporada cambian en parte sus aguas y las sales son arrastradas al fondo último: el de Texcoco. Es­pinosa, 1996: 59.
3 Espinosa, 1996.
4 Véase Niederberger, 1987, y Espinosa, 1996.
5 Este consumo de peces contabiliza solamente los lagos de Texcoco y Xochimilco, por lo que, si sumamos Chalco y otros lagos de agua dulce, donde existían más peces que en el lago salado de Texcoco, la cantidad debería ser mucho mayor. Gibson, 1967: 348.
6 En el siglo xvm hay datos de un consumo de patos de mas de 6 mil diarios, esto es mas de dos millones al año. Gib­son, 1967: 351.
7 Espinosa, 1996: 388.
8 Ibidem: 335
9 Hassig, 1990. En épocas de cosecha la ciudad recibía ca­da semana 5 000 fanegas de maíz transportado por canoa. En 1709, 1 419 canoas transportaban 97 330 fanegas, y en 1710, 3463 canoas transportaban 115 120 fanegas. Se calcula que diariamente entraban 140 chalupas a la ciudad de México por el canal de la Viga, y el total anual pasaba las 50 000. Musset, 1992: 154.
10 Gibson, 1967: 50.

11 Por.cosmovisiór. se entiende la visión estructurada en la cual las nociones cosmológicas eran integradas en un sistema coherente. La cosmovisión explicaba el universo conocido en términos de un cuerpo de conocimientos exactos, al tiempo que satisfacía las necesidades ideológicas de las sociedades mesoamericanas. Véase Espinosa, 1996; López Austin, 1995.

1 comentario:

  1. Este texto me hizo darme cuenta de la inteligencia que tenían los indígenas, la manera en la que manejaban su medio es ¡impresionante! Ya que no lo explotaban o le daban mal uso, todo lo contrario.
    El agua era fundamental para ellos, era vital para todo lo que hacían y una vez mas se las arrebataron las españoles. ¿Pero por que? ¿Por que acabar con algo tan importante como el agua? ¿Por que acabar con todos los ideales de una civilización? Con su gente, sus animales, sus creencias.
    Hasta la fecha me parece que eso no ha cambiado, ya que los países extranjeros se han encargado de quitar lo que le pertenece a Mexico, dejándonos sin nada.
    Es para ponerse a reflexionar......


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