LOS DIAGNÓSTICOS


hechos en clase: arrojaron que se requiere aprender y/o reforzar:

En los estudiantes:

Ø  Durante el curso, entre otros APRENDIZAJES: aprender a leer, exponer e investigar de manera general.
Ø  También lograr esos aprendizajes en forma individual y
Ø  Reaprender a trabajar en equipo.

Por lo cual para aprender a hacer o reforzar lo que se sabe hacer y elevar la calidad de los estudios de la enseñanza-aprendizaje de Historia de México, el proceso es: que los aprendizajes sean INDIVIDUALES, para que cada alumno pueda autodescubrir sus habilidades.  Paralelamente aprender a trabajar en EQUIPO, para llegar a mostrar ante todo el grupo los conocimientos ampliados.

Estudiar la Historia de México, exige:

ü  Ubicar qué es en general la Historia y en concreto esa parte que trata específicamente del proceso que ha seguido a través del tiempo el desarrollo socio-económico, político y geográfico de nuestro país.
ü  Practicar la Lectura de Textos Históricos.  Sintetizar, ilustrar y escribir lo aprendido, para posteriormente compartirlo.

Por lo cual el plan es, aprender:

Ø  Métodos de Estudio en la Historia de México.
Ø  Técnicas para avanzar en la realización de una investigación histórica.

INICIO: QUÉ ES LA HISTORIA.  Aprendiendo el oficio de cómo trabaja el Historiador. Aplicar tics y construyendo el “Aula Inteligente”.

En los equipos 1, 2, 4, 5, 6 y 7 la profesora ha elegido a las alumnas que abajo se mencionan, en virtud de haber mostrado que tienen propuestas y claridad, sobre el tema que expondrán.

La profesora ha elegido a la coordinadora general del trabajo, pues promete: cumplimiento, conocimiento previo, destrezas teórico-prácticas y manejo de Tics.

En los equipos 3 y 7, los o las participantes serán elegidas por el equipo o de manera voluntaria se autopropondrán para participar en esta tarea.  Se escuchan propuestas o autopropuestas:


“ EQUIPO
ELEGIDAS (OS)
COORDINADORA GENERAL
1
VARGAS MOYA KARLA LIZBETH (elegida por profesora)
CRUZ MARTÍNEZ VALERIA RENATA 
2
ESCOBAR JACOBO ESBEVDI  (elegida por profesora)

3


4
ROJAS VALENCIA ROSA ESTELA  (elegida por profesora)

5
TERRAZAS PÉREZ DIANA  (elegida por profesora)

6
CRUZ MARTÍNEZ VALERIA RENATA   (elegida por profesora)

7


8
GÓMEZ VARGAS MIRELY  (elegida por profesora)


SOLICITO A LOS INTEGRANTES DE LOS EQUIPOS 3 Y 7…  ELEGIR 1 COMPAÑERO, QUE PARTICIPARÁ EN ESTA ACTIVIDAD O ALGUIEN QUE SE AUTOPROPONGA.
  EL PRÓXIMO JUEVES 29 DE AGOSTO, LLEVO LOS MATERIALES PARA APOYAR EL BUEN RESULTADO DE ESTE EVENTO. SOLO PARA LOS 8 RESPONSABLES DE LA ACTIVIDAD.


TEMAS DE EXPOSICIÓN:

Qué es la Historia
Cómo estudiar la Historia General y la de México en particular. Ubicar lo global y lo cotidiano.
Para qué estudiar historia.
Parámetros de la historia.

MATERIAL: proporcionado por la profesora:

Ø  Programa Actualizado
Ø  5 esquemas
Ø  Trepat y Libro Amarillo:
Ø  Bajar de los blogs: Mario Carretero: Algunas Recetas para una Sabrosa Cocina de las Ciencias Sociales; Mario Benedetti. Primavera con una Esquina Rota. El Historiador. Ejercicio para que los alumnos elaboren su Árbol Genealógico.
Ø   Los que ellos ubiquen y propongan.

EVALUACION:

Elaboración previa de su trabajo en forma individual
Compromiso colectivo
Actitudes de integración.
Tolerancia
Iniciativa
Forma y originalidad en la EXPOSICIÓN.
Manejo de elementos innovadores en ella
Capacidad para mantener la atención e interés de los miembros de su equipo
Hacer que todos participen, con RESULTADOS:   Elaboración de su ARBOL GENEALÓGICO.  Aplicando el tema tratado.

EXPLICITACIÓN DE  aprendizaje profundo de la temática y claridad en las propuestas de aplicación concreta del tema.

Después de los ejercicios dejados desde la primera clase…

SOBRE LOS MÉTODOS Y TÉCNICAS DE ESTUDIO:

Se han diseñado dos estrategias:

1)    Una alrededor del video: Métodos y Técnicas de Estudio.  (en donde participará todo el grupo, el ejercicio es individual pues todos requieren adquirir el aprendizaje, para aplicarlo en todo el año escolar y quizá no solo en Historia, sino en todas las materias y en toda su vida escolar)
2)    Otra sobre el aprendizaje de las técnicas. Esta actividad se desarrollara en una clase, dentro del aula (estamos aprendiendo a construir el “Aula Inteligente”… lo practicaremos.

Para ponerlas en práctica, requiero que todo el grupo realice las siguientes actividades, para la clase de ayer:
Todos los alumnos sin excepción deberán traer en forma personal.- 100 tarjetas blancas con las medidas:
Por persona o por equipo traer: UN EJEMPLAR IMPRESO DEL PROGRAMA ACTUALIZADO DE MÉXICO I Y II.  En caso de que se decida traerlo por equipo, señalar NOMBRE de quién asumirá esa responsabilidad. (ya que no debe faltar. No hay justificaciones.
EL GRUPO: Deberá traer 1 caja de zapatos para todo el grupo. Señalar NOMBRE de quién asumirá esa responsabilidad.
Otra responsabilidad INDIVIDUAL, es de Hernández Monterrubio Ma Fernanda y Valencia Cerezo Alejandra, quienes reproducirán y harán llegar (en el menor tiempo posible) el Video “Métodos de Estudio” a todo el grupo, para que se vea y cada alumno lo transcriba. Entregue su trabajo escrito y lo aplique a partir de ello en todo el curso y todas las tareas que se dejen durante el mismo. 



Profesora Susana Huerta González.    Martes 27 de agosto de 2013.

COMO INTEGRAR LAS NOTAS A PIÉ DE PÁGINA:

VA LA EXPLICACIÓN:



En la parte superior de la hoja del procesador de texto (Word) busca la pestaña “Referencias”


Después en la parte inferior de la pestaña esta la opción de “AB1 Insertar nota al pie” le das clic y automáticamente aparecerá en la parte inferior el número de la nota para que se le agregue la referencia.


Ejemplo:

“un sistema social de diferencia de clases sociales de privilegiados y del pueblo.” [1]




[1] Cruz Martínez, Valeria Renata. Trabajo escolar El pueblo mexica. Ed. Mi casa. México. 2013. Pp. 8

El Agua de los Indígenas

Alejandro Tortolero Villaseñor. El Agua y su historia. México y sus desafíos
hacia el siglo XXI. Editorial Siglo XXI. México 2006. 167 pp.

Trabajo de apoyo a la docencia para la materia de Historia de México I
 Profesora: Susana Huerta González.

Capítulo 2. EL AGUA DE LOS INDÍGENAS

No había nada que estuviera en pie; sólo el Mar en reposo, solo y tranquilo.
Sólo existían los dioses creadores que estaban ro­deados de claridad.
Estaban en el agua conferenciando sobre la vida y la luz.
Entonces hablaron, dijeron su palabra mágica.
Su palabra creadora:
¡Que se llene el vacío!
¡Que esta agua se retire y surja la Tierra!
Popol- Vuh

Los mexica (y en general las culturas mesoamericanas) creían que la lluvia era producida por los tlaloque, deidades que habitaban los cerros y cu­ya personalidad se confundía con ellos; es decir, pensaban que la lluvia no era dominada por las nubes mismas o por las deidades propiamente ce­lestes, o por el viento u otros factores, sino por los cerros, que eran los que hacían llover y domina­ban a los otros elementos (la formación de nubes, los vientos que preceden a la precipitación).

Creían que los cerros eran como recipientes que se hallaban repletos de agua (entre otras co­sas) y que en épocas de lluvia liberaban esa agua, mientras durante la sequía la retenían. Creían que el interior de la tierra era húmedo, que las ca­vernas comunicaban al Tlalocan, una especie de paraíso acuático donde habitaba la deidad de la lluvia y a donde iban los muertos por el rayo, por ahogamiento o por enfermedades vinculadas a las deidades del agua. Creían que los cerros dominan la precipitación fluvial forzando la forma­ción de nubes por las corrientes ascendentes en sus laderas; que la dominan provocando que las nubes descarguen su agua justamente en las altu­ras; que la dominan transformando una gran ma­sa del agua meteórica en serpenteantes y violen­tas esponjas para hacerla brotar en forma de límpidos manantiales hacia sus faldas. Por ello, en las representaciones gráficas del agua, como en el Códice Bouturini, el agua sale del vientre de la montaña, y en el Códice Mexicano el agua sale de un agujero. Para las sociedades anteriores a la invasión europea, el universo se encontraba divi­dido en tres niveles superpuestos en sentido ver­tical. El superior o celeste érala parte ígnea, cáli­da y masculina del cosmos, concebido como el gran padre; el inferior o inframundo era la parte fría, acuática y femenina, considerada la gran madre. En el nivel intermedio habitaba la huma­nidad; este nivel estaba compuesto por la superfi­cie terrestre y algunos de los primeros cielos. El inframundo, que se encontraba debajo de la tie­rra, se ligaba a las aguas subterráneas y marinas. En él se encontraban el Mictlan, el lugar de los muertos, y el Tlalocan, el paraíso de los dioses de la lluvia, que era imaginado pletórico de agua y riquezas vegetales. Era el sitio de la muerte tanto como el que generaba la vida, ya que se creía que los astros y las plantas brotaban de él luego de morir por transitar su interior.1

El elemento agua formaba con la ciudad un conjunto que se inscribe en el nombre mismo de la ciudad; la lengua náhuatl utiliza el binomio atl tépetl, "el agua-la montaña", para designar la isla de México. Además, el agua era tan ubicua que se la encuentra en las creencias, en los ritos de estos pueblos. Tláloc aparece entronizado en el pan­teón azteca en la cúspide de la pirámide del Tem­plo Mayor. También cuatro de los dieciocho me­ses del ciclo ceremonial del año mexicano se consagran a los dioses de la lluvia. Año con año las aguas de los lagos marcaban a través de sus criaturas el transcurrir del tiempo, y sus ritmos se reflejaron en el calendario, la economía, en la concepción del universo: en la cosmovisión. Des­de los patos atapalcatl, que anuncian las lluvias batiendo sus alas, los acachichictli que anuncian la señal de los amaneceres, hasta las gaviotas pipitzin que señalaban la maduración del maíz; aves acuáticas y buceadoras que expresan los re­tos del cosmos, que son dioses lo mismo que ani­males, alimento, lo mismo que magia.

También asociado al agua está lo imprevisible. El signo atl, agua, que figura entre los veinte sig­nos adivinatorios del calendario azteca, se perci­be como peligroso. Los nacidos bajo este signo estaban destinados a lo imprevisible, marcados por la versatilidad del destino y los cambios de suerte. Por ello, cuando un niño nacía bajo ese signo los papas preferían esperar antes de los ba­ños purificadores y las abluciones rituales, con el fin de encontrar un signo más favorable. El agua, entonces, era una fuerza que a menudo escapaba al control del hombre; fuerza imprevisible que amenazaba a cada instante el trabajo civilizatorio de los hombres. También el signo "lluvia" (quiáuitl) del calendario tiene una connotación negativa para los aztecas: transmite destinos nefastos, cargados de violencia, lo que determina individuos impetuosos y versátiles. La lluvia, en­tonces, no tiene el signo benéfico de fecundar la tierra, sino que es sinónimo de tormenta, de tem­pestad, de destrucción.

Lo anterior se nota en la leyenda de los cuatro soles, que describe cómo el mundo conoce cuatro creaciones, todas destruidas por cataclismos na­turales. Primero el cielo se desploma, el sol es opacado por las tenebras y los gigantes que habi­taban la tierra son devorados por los jaguares. Después viene el Sol del Viento, que termina en un huracán fabuloso que no deja rastros de vida por donde pasa y convierte a los hombres en mo­nos. Luego el-Sol de Lluvia desaparece en una llu­via de fuego que rodea a la tierra y transforma a los hombres en guajolotes. Finalmente, el Sol de Agua desaparece en un diluvio que dura cincuen­ta y dos años y sumerge hasta las más altas mon­tañas. Esta vez, la humanidad es destruida y los individuos transformados en peces, con la excep­ción de una pareja refugiada en una balsa con dos espigas de maíz.

El agua, entonces, contiene una ambivalencia: poder de creación y fuente de fecundidad, tam­bién puede convertirse en objeto de angustia y en elemento hostil al hombre.

Esta dualidad del agua también se observa en la descripción de los lagos de la cuenca de Méxi­co. Recordemos que esta cuenca lacustre para el conquistador Hernán Cortés tenía una extensión de 70 leguas, de las cuales 50 estaban ocupadas por lagunas. Un cálculo conservador del siglo XVI asienta que la cuenca se extendía sobre una su­perficie de 8 000 km2, y que la octava parte estaba compuesta de lagos. Podemos suponer, enton­ces, que entre 70 mil y 80 mil hectáreas corres­pondientes a los lagos rodeaban a la ciudad de México. Sin embargo, datos más recientes nos hablan de una cuenca lacustre de 1 200 km2 que formaban tres subcuencas lacustres: Zumpango en el norte, Texcoco en el centro y Chalco-Xochimilco en el sur. Las aguas de Chalco-Xochimilco, dulces y llenas de formas vivas; las de Texcoco sa­ladas y amargas, en algunas zonas incluso mefíti­cas; las aguas del norte van desde el dulce Zum­pango hasta el salobre Xaltocan.2

LAGOS PRECORTESIANOS Y SUS PROFUNDIDADES
Lago
Superficie (km2)
Profundidad media (m)
Altura sobre Texcoco
Chalco
114
2.0
3.0
Xochimilco
63
2.1
3.1
Texcoco
238
1.8
0.0
México
90
2.0
1.0
Xaltocan
121
0.4
3.5
Zumpango
26
0.6
6.1
fuente: Academia, 1995: 88


Mas allá de las estimaciones sobre superficie, es importante señalar que para los indígenas es­tos lagos eran fuente de vida, pero también de­sencadenaban la furia de la naturaleza con sus inundaciones, como las de 1382 o las de 1499. En efecto, la importancia de las aguas de los lagos es tal que algunos autores no vacilan en afirmar que fueron los lagos, y no la agricultura, la matriz de sedentarización de los pueblos que se asentaron en la cuenca de México.3 No fue la agricultura la sola fuerza que los asentó, tal vez ni siquiera la principal: fue el lago el que los sedujo, el que ofre­ció a sus ojos las más variadas criaturas, la caza y la pesca más abundante, así como los frutos más indispensables para saciarse, para curarse y elaborar utensilios. Si esto es así, el proceso de sedentarización de Mesoamérica tendría más de un camino. En la zona sur de la cuenca de Méxi­co, los modelos ideados para las regiones semiáridas del norte no encuentran sustento ecológico adecuado. Aquí, en cambio, la importancia de los lagos es tal que la observamos en la flora, en la variedad de peces, en las aves acuáticas, en las ac­tividades productivas, en la organización del es­pacio y en muchos otros aspectos que esbozare­mos a continuación.

La flora, de los lagos aparece como un enorme bosque que está siendo podado todo el tiempo, donde millones de animales "pastan" la flora constantemente. Esta flora, simplemente para los lagos de Chalco-Xochimilco representaba una masa vegetal anual de por lo menos 68 millones de metros cúbicos. Esta importante masa se origina por las características de los cuerpos de agua. Los profundos no son muy productivos, la fotosíntesis ocurre solamente cerca de la superfi­cie, de manera que el gran volumen de agua es esencialmente inerte; en cambio, si el lago es po­co profundo, y su área extendida, todo su volu­men de agua estará en posibilidad de poblarse de plantas y algas, que a su vez podrán sustentar una amplia fauna acuática. Si al lago cae mucha ma­teria orgánica, mejor, y si se encuentra en latitu­des tropicales, donde la insolación es mayor que en el resto del globo, todavía mejor: tendremos uno de los ecosistemas más productivos del pla­neta. Estos factores ocurrieron de manera espe­cialmente afortunada en la cuenca de México. Los organismos que bebían ávidamente la luz y encontraban suficientes elementos en sus aguas, sintetizaban grandes cantidades de materia orgá­nica; ejércitos innumerables de insectos, larvas, peces y aves acuáticas "pastaban" y "ramonea­ban" de esas praderas acuáticas; cardúmenes de muy variadas especies de peces, así como tortu­gas, ajolotes, serpientes y aves eran presa a su vez de multitud de animalillos.4

Los peces, diez u once especies de ellos, eran un alimento muy apreciado por los indígenas. Su consumo a principios del siglo XVI pasaba de un millón al año, y todavía en 1864 el juil se había expandido tanto por los lagos que ni los pescado­res ni los consumidores bastaban para agotarlo, y morían en tal cantidad que cubrían enteramente el agua.5

Las aves acuáticas constituían 109 especies, se­gún las listas más meticulosas, y llegaban a la cuenca en un promedio de cinco millones anual­mente. Los patos consumidos en el siglo XVIII, por ejemplo, iban de 900 mil hasta dos millones anualmente.6 Por ello no es extraño encontrar testimonios de viajeros que siempre nos hablan de lagos pródigos que parecen repartir sus recur­sos año con año en forma equilibrada: patos y gansos, para no hablar de una gran variedad de aves piscícolas, en abundancia durante el invier­no; insectos en diversos ciclos vitales durante to­do el año; serpientes, ranas, sapos y ajolotes du­rante las lluvias; peces todo el año, especialmente abundantes por ciclos estacionales; aves residen­tes, moluscos gasterópodos y bivalvos, así como plantas silvestres comestibles, algas y tortugas re­partidos en diversas épocas también; caza abun­dante en las sierras, sobre todo al final del año; codornices, lacertillos y frutos diversos en los al­rededores.7

Además, en estos lagos los indígenas practica­ban la agricultura chinampera: mediante obras de irrigación simples pero ingeniosas, aprovechaban el exceso de agua para hacer un cultivo intensivo de la tierra. Como lo asienta Armillas, en estos is­lotes artificiales la porosidad del suelo y la estre­chez de la faja de tierra permiten la infiltración del agua en los canales que los rodean, para man­tener el suelo en perpetua humidificación, preci­samente donde es más importante, a la altura de las raíces. La irrigación permanente por infiltra­ción hace posible el cultivo continuo de los terre­nos, incluso en temporada de sequía. Además, se tenía la costumbre de abonar los islotes con lodo, rico en nutrientes, que se sacaba de los canales si­tuados en los alrededores de la chinampa, para ex­tenderlo después sobre la misma; también se abo­naba con una composta que incluía plantas acuáticas y probablemente heces humanas; ésta era práctica común en tiempos aztecas.8

El comercio en la cuenca de México no se ha­bría desarrollado tanto de no haberse contado con un sistema de canales que hacían incompara­ble el tráfico de mercancías. Baste mencionar los cálculos de Ross Hassig, los cuales señalan cómo un arriero transportaba una carga de 23 kilos a una distancia de 21 kilómetros por día; una muía recoma la misma distancia con 105 kilos de car­ga, una carreta viajaba de 16a 19 kilómetros con una carga de 1 800 kilos, mientras que una chalu­pa se deslizaba 30 kilómetros con una carga de 6 800 kilos.9

En la organización espacial, por ejemplo, en­contramos que la mayor parte de los asentamientos se localizan en torno a la ribera del lago, al afluente de los ríos o en las faldas de las monta­ñas donde se aprovechan los escurrimientos de las aguas. Esta situación surge por lo menos des­de el siglo XV, cuando el control de los lagos determinaba no sólo la distribución y densidad de las poblaciones, sino las redes administrativas y la economía local de pueblos, capitales y subordi­nados. Así como las cabeceras tendían a concen­trarse cerca de los principales centros de agua, los sujetos tendían a ocupar tierras más altas, con frecuencia conectadas con pequeñas corrientes.10

Los antiguos testimonios que presentaban a los habitantes de Chalco en el siglo XV como los "hechiceros de las cosas del agua", o los informes trágicos de las inundaciones de México que nos muestran cómo en la época de Tezozómoc, du­rante la gran inundación de Tenochtitlan, fueron los buzos y expertos hidráulicos de Cuitláhuac, Chalco, Ateneo y Ayotzingo los que se ocuparon de controlar las aguas responsables del desastre, son muestras decisivas de la importancia del agua en los mitos y el imaginario.

El agua aparece entonces en diferentes repre­sentaciones modelando ideas y tradiciones que no se restringen sólo a los testimonios, sino tam­bién a la cocina y al consumo regional. En efecto, la cocina indígena está salpicada de numerosos elementos de la, flora y fauna acuática. Ya Ch. Gibson mencionaba que los peces y los pájaros acuáticos contribuían a proporcionarles una de las dietas más balanceadas en toda América, y la agricultura de chinampas rivalizaba en intensidad con el cultivo de los arrozales, pero no es el único que lo señala. Desde Sahagún hasta los tra­bajos más recientes, la presencia de las aves mi­gratorias, de los peces, de las plantas acuáticas, aparecen como un elemento central en la econo­mía de los pueblos de la cuenca de México. Baste citar a Orozco y Berra, quien describe cómo los tules y las plantas de los lagos se empleaban para todas las empresas hidráulicas: en la construc­ción de chinampas, de presas, de diques y calza­das; como agentes de fertilización; como plantas medicinales y alimenticias; como materiales para la construcción de techos y de muros; para la confección de petates y recipientes, como com­bustible, etcétera.

En suma, los pueblos ribereños trabajaban en sus chinampas, circulaban en barcas construidas por ellos mismos y complementaban sus recursos con la recolección, la caza y la pesca en el lago. La centralidad del lago es tal que no se limita a lo material sino que aparece en la concepción del universo, en la cosmovisión.11

Si bien es cierta la importancia de las aguas fe­cundantes, también lo es que para lograr este aprovechamiento los indígenas tuvieron que ha­cer frente a un medio hostil, donde instalaron su capital apenas en 1325. Los aztecas, expulsados de las tierras áridas del norte, encuentran refugio en una región lacustre abandonada por las potencias de la época, Texcoco y Azcapotzalco. Allí se instalan y se convierten en una civilización lacus­tre que enfrentó el temor a la potencia de las aguas mediante el desarrollo de sistemas de cons­trucción de canales, esclusas y diques para fun­dar el vasto imperio azteca.

En efecto, las obras prehispánicas consistieron en el albarradón de Nezahualcóyotl, construido después de la inundación de 1449, que iba de Atzacoalco a Iztapalapa, para contener aguas del lago de Texcoco. Dos calzadas-diques (la de Mexicaltzingo y la de Tlatenco-Tulyehualco) que atravesa­ban el lago de Chalco para dividirlo en dos y sepa­rarlo del de México. Finalmente las calzadas de Tlacopan, Iztapalapa, Tlatelolco y Atzcapotzalco. Por ello no era extraño observar que en Iztapalapa había chinampas y agua dulce en pleno lago sala­do, gracias a la protección de diques y al transpor­te de agua, posiblemente desde el otro lado de la península; era un ingenioso sistema que permitía navegar del agua salada a la dulce sin descender de la embarcación.

En síntesis, como lo afirma Sonia Lombardo, los indígenas pudieron diseñar un complejo sis­tema de acequias, diques, albarradones, calzadas y acueductos, y lograron así el absoluto control hidráulico de la cuenca. Incrementaron la construcción de chinampas en la ciudad, tanto para habitación como para las hortalizas; pudieron retener y regular, por medio de compuertas, el nivel de las aguas y su paso de uno a otro lago, según su afluencia durante las lluvias o en época de sequía.

No obstante todo este conocimiento de técni­cas hidráulicas, los indígenas, con la idea de la circulación subterránea de las aguas, estaban le­jos de las explicaciones científicas que se daban en el mundo occidental. La llegada de los españo­les cambió esta situación cultural, y modificó la conformación del imperio y la centralidad de los lagos.




1 Academia, 1995.
2 La salinidad de las aguas se explica porque al deslavarse las vertientes el agua adquiere sales que van acumulándose en los lagos, ya que la sal no se evapora y el agua sí, de manera que en cada estación caen más y más sales concentrándose en los cuerpos de agua. Como los lagos de agua dulce drenan ha­cia el más bajo, cada temporada cambian en parte sus aguas y las sales son arrastradas al fondo último: el de Texcoco. Es­pinosa, 1996: 59.
3 Espinosa, 1996.
4 Véase Niederberger, 1987, y Espinosa, 1996.
5 Este consumo de peces contabiliza solamente los lagos de Texcoco y Xochimilco, por lo que, si sumamos Chalco y otros lagos de agua dulce, donde existían más peces que en el lago salado de Texcoco, la cantidad debería ser mucho mayor. Gibson, 1967: 348.
6 En el siglo xvm hay datos de un consumo de patos de mas de 6 mil diarios, esto es mas de dos millones al año. Gib­son, 1967: 351.
7 Espinosa, 1996: 388.
8 Ibidem: 335
9 Hassig, 1990. En épocas de cosecha la ciudad recibía ca­da semana 5 000 fanegas de maíz transportado por canoa. En 1709, 1 419 canoas transportaban 97 330 fanegas, y en 1710, 3463 canoas transportaban 115 120 fanegas. Se calcula que diariamente entraban 140 chalupas a la ciudad de México por el canal de la Viga, y el total anual pasaba las 50 000. Musset, 1992: 154.
10 Gibson, 1967: 50.

11 Por.cosmovisiór. se entiende la visión estructurada en la cual las nociones cosmológicas eran integradas en un sistema coherente. La cosmovisión explicaba el universo conocido en términos de un cuerpo de conocimientos exactos, al tiempo que satisfacía las necesidades ideológicas de las sociedades mesoamericanas. Véase Espinosa, 1996; López Austin, 1995.

HISTORIA AMBIENTAL DE LA CUENCA

Material de apoyo para el curso de Historia de México I.
Profesora: Susana Huerta González.

Ezcurra, Exequiel. De las Chinampas a la Megalópolis. El medio ambiente en la cuenca de México. # 91 de la Ciencia para todos. F.C.E. México. 2003. 119 pp[1].

CAPÍTULO III. HISTORIA AMBIENTAL DE LA CUENCA

EL PERIODO PREHISPÁNICO (p-32-38)

Cuando la agricultura comenzó a desarrollase en la cuenca, hace unos 7 000 años (Lorenzo, 1981; Niederberger, 1979), los grupos humanos en el área se hicieron sedentarios y empezaron a organizarse en pequeños poblados ocupando las partes bajas del valle. Los primeros grupos sedentarios se establecieron en áreas planas que poseían un buen potencial productivo y adecuada humedad, pero que, al mismo tiempo, se encontraban cerca de áreas más elevadas como para evitar las inundaciones durante la temporada de lluvias (Niederberger, 1979).
Entre los años 1700 y 1100 a. C., los primeros poblados grandes empezaron a formarse al noreste de la cuenca. Para el año 100 a. C., la población de la cuenca era de aproximadamente 15 000 habitantes, con varios pueblos de más de 1 000 personas distribuidos en diferentes partes del valle. Hacia los comienzos de la Era Cristiana la población de Texcoco, al este de la cuenca, era ya de unos 3 500 habitantes. En esa misma época comenzó el desarrollo del centro urbano y religioso de Teotihuacan, al noreste del lago de Texcoco y suficientemente alejado de las áreas más proclives a las inundaciones. Hacia el año 100 d.C., Teotihuacan tenía ya unos 30 000 habitantes, y cinco siglos más tarde, en el año 650, la población de este gran centro ceremonial alcanzó a superar los 100 000 habitantes (Parsons, 1976). Un siglo más tarde, la población de Teotihuacan había descendido nuevamente a menos de 10 000 habitantes. No se sabe con certeza cuál fue la causa del colapso de esta cultura. Algunos investigadores lo atribuyen al alzamiento de grupos sometidos; otros, al agotamiento de los recursos naturales explotados por los teotihuacanos. Aun si la primera hipótesis fuera cierta, el significado ecológico del tributo que se exigía a los grupos sometidos era el de aportar recursos naturales con los que se subsidiaba la economía local. En cualquiera de las dos hipótesis, por lo tanto, el agotamiento de los recursos naturales y el conflicto sobre su apropiación aparecen como la causa principal. Según Sanders (1976a; véase también Sanders et al., 1979) la sobreexplotación de los recursos naturales semiáridos que rodean a Teotihuacan, junto con la falta de una tecnología apropiada para explotar los terrenos fértiles pero inundables del fondo de la cuenca, fueron determinantes decisivos en el colapso de esta civilización.
Varias culturas existieron en las márgenes de los lagos antes y durante la llegada y el establecimiento de los aztecas.
Además de los asentamientos originales en Teotihuacan, Texcoco y en varios otros pueblos menores, inmigrantes de otros grupos étnicos se fueron asentando en la cuenca. Los chichimecas, provenientes del norte, se asentaron en Xoloc; mientras que acolhuas, tepanecas y otomíes ocupaban las márgenes occidentales del lago (Azcapotzalco, Tlacopan y Coyohuacan) y grupos de influencia tolteca se establecían al oriente (Culhuacán, Chimalpa y Chimalhuacán). El sistema lacustre en el fondo de la cuenca se fue rodeando lentamente de un cúmulo de pequeños poblados. El desarrollo de nuevas técnicas agrícolas basadas en el riego por inundación del subsuelo y en la construcción de canales, permitieron un impresionante aumento en las densidades poblacionales. En los campos cultivados con esta nueva técnica, las chinampas, los canales servían a la vez como vías de comunicación y de drenaje, mientras que la agricultura en campos rellenados con el sedimento extraído de los canales permitió un mejor control de las inundaciones. Los grupos residentes, al mismo tiempo, fueron aprendiendo a reemplazar la falta de grandes herbívoros para la caza con la caza y recolección de productos de los lagos y de los canales, entre ellos varias especies de peces y de aves acuáticas, ranas, ajolotes, insectos y acociles, así como con la recolección de quelites y hierbas verdes descritos en el capítulo anterior.
Alrededor del año 1325, los aztecas —o mexicas— llegaron del norte y fundaron su ciudad en una isla baja e inundable, la isla de Tenochtitlán, que en pocos siglos se convirtió en la capital del poderoso imperio azteca y en el centro político, religioso y económico de toda Mesoamérica. Aún no se sabe con certeza la razón por la cual los aztecas eligieron este sitio para fundar su ciudad, pero la elección se convirtió con el tiempo en una leyenda de gran importancia cultural y en un elemento de tradición e identidad étnica. Según la leyenda azteca, el lugar de asentamiento de su ciudad fue revelado por los dioses bajo la forma, de un águila devorando una serpiente sobre un nopal. Esta manifestación fue tomada como señal del fin de su larga peregrinación desde Aztlán. Se puede argumentar que, para la civilización lacustre de la cuenca en ese momento, los asentamientos en tierras más altas no representaban ninguna ventaja, porque éstas no eran cultivables bajo el sistema de Chinampas que era la base económica de todos los grupos humanos en la región. Es también probable que durante las primeras etapas de su asentamiento, los aztecas no dispusieran del poder militar necesario para desplazar a otros grupos de los mejores sitios agrícolas. Aunque menos valiosa desde el punto de vista agrícola que las vecinas localidades de Texcoco, Azcapotzalco, o Xochimilco, la pequeña e inundable isla de Tenochtitlan se encontraba físicamente en el centro de la cuenca. Esta característica fue un elemento de gran importancia en la cosmovisión azteca, que se basó en la creencia de que la isla era el eje cosmológico de la región, el verdadero centro de toda la Tierra. Reforzada por la necesidad de obtener alimentos de fuentes externas, esta creencia probablemente determinó en gran medida la estructura social de la metrópoli azteca, organizada alrededor de guerreros despiadados y de una poderosa casta sacerdotal. Estas dos clases mantuvieron un inmenso imperio basado en la guerra ritual y en la dominación de los grupos vecinos (García Quintana y Romero Galván, 1978).
Entre los años de 1200 y de 1400 d.C., antes, durante y después de la llegada de los aztecas, una impresionante sucesión de cambios culturales y tecnológicos tuvo lugar en la cuenca, tanto antes como después de la fundación de Tenochtitlán. Se estima que hacia finales del siglo XV la población de la cuenca alcanzó el millón y medio de habitantes, distribuidos en más de cien poblados. En ese tiempo la cuenca de México era, con toda seguridad, el área urbana más grande y más densamente poblada de todo el planeta. Tlatelolco, originalmente una ciudad separada de Tenochtitlán, había sido anexado por los aztecas en 1473 y formaba parte de la gran ciudad. La ciudad presentaba una traza cuadrangular de algo más de tres kilómetros, por lado con una superficie total de cerca de 1 000 hectáreas. Estaba dividida en barrios o calpulli relativamente autónomos, en los que se elegían los jefes locales. Los espacios verdes eran amplios: las casas de los señores tenían grandes patios interiores y las chozas de los plebeyos se encontraban al lado de su chinampa, en la que se mezclaban plantas comestibles, medicinales y de ornato. La mitad de cada calle era de tierra dura y la otra estaba ocupada por un canal: Dado que los aztecas no usaban animales de carga ni vehículos terrestres, el transporte de carga por medio de chalupas y trajineras era el medio más eficiente.
Las dos islas más grandes y pobladas del lago, Tenochtitlán y Tlatelolco, habían sido unidas a un grupo de islas menores mediante calles elevadas, formando un gran conglomerado urbano rodeado por las aguas del lago y vinculado con las márgenes del lago a través de tres calzadas elevadas hechas de madera, piedra y barro apisonado. Dos acueductos, construidos con tubos de barro estucado, traían agua potable al centro de Tenochtitlán: uno bajaba de Chapultepec por la calzada a Tlacopan y el otro venía de Churubusco por la calzada a Iztapalapa. Para controlar las inundaciones un largo albardón —la presa de Nezahualcóyotl— había sido construido en la margen este de la ciudad, para separar las aguas de Tenochtitlan de las del gran cuerpo de agua que formaba en esa época el Lago de Texcoco.
Vale la pena discutir, en este momento, el fenómeno del canibalismo ritual de los aztecas como un problema relacionado con el uso ambiental de la cuenca. Existen dos grandes corrientes antropológicas que tratan de explicar este fenómeno (Anawalt, 1986). La primera, una corriente humanista, explica el canibalismo ritual como el resultado de la concepción azteca del Cosmos. Según estos pensadores la ideología particular y las creencias religiosas de los aztecas fueron el motor principal de estos ritos sangrientos. Otros investigadores, que llamaremos la corriente materialista, no otorgan a la ideología un lugar tan importante y piensan que las presiones materiales generadas por el mismo crecimiento de la población fueron la causa principal del canibalismo. Para algunos, este ritual servía como un cruento mecanismo de control demográfico; para otros, proporcionaba a los sacerdotes y a los guerreros un suplemento alimenticio altamente proteico en una sociedad donde la obtención de proteínas representaba un problema social. Como en todas las polémicas de este tipo, es probable que ambos grupos tengan algo de razón. La respuesta a este enigma puede encontrarse, en parte, en los recientes hallazgos de Eduardo Matos Moctezuma (1987) en las excavaciones del Templo Mayor de Tenochtitlán. Estos estudios han demostrado que el Imperio azteca estaba basado en el culto religioso del Sol, la guerra y los sacrificios. Según Matos, las dos divinidades que compartían el santuario en la cúspide del Templo Mayor, Tláloc, el dios de la lluvia y el agua, y Huitzilopochtli, el dios del Sol y de la guerra, representaban las bases del poder azteca: la agricultura y el tributo guerrero. El Templo Mayor constituía el centro del Imperio azteca y era también su mayor símbolo, la representación material de su cosmovisión. Funcionaba como observatorio astronómico y permitía regular y administrar la eficiente agricultura mexica, uno de los principales pilares del imperio. Pero también funcionaba como lugar ceremonial en el centro físico de la cuenca, al cual llegaban tributos de toda la periferia sojuzgada mediante la guerra. Entonces, el Templo era también una especie de metáfora del segundo soporte del imperio, la apropiación de recursos exógenos a la cuenca. El desarrollo agrícola y la apropiación de tributos mediante la guerra formaban parte fundamental del universo ideológico y de las necesidades materiales de lo que ya en el siglo XIV era la región más densamente poblada del planeta. De esta manera, la explicación ideológica del canibalismo azteca quedaría enmarcada en una lógica económica: el macabro ritual servía para legitimar el poder de los dirigentes, para mantener el espíritu militarista y, en última instancia, para preservar el sistema de conquista y tributo guerrero que permitía a los aztecas apropiarse de los productos generados por otros grupos (Duverger, 1983).


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